La pandemia aceleró un modelo de exhibición. Las llamadas “plataformas” tuvieron entonces un predominio casi total por un tiempo en la administración de películas, empezaron a reunir estrenos exclusivos y conquistaron los hábitos de la audiencia. El sofá o la cama reemplazaron a la butaca, el televisor a la pantalla, la familia u otros conocidos cercanos a los anónimos de la sala. En ese pasaje tan contingente como lógico desde un punto de vista empresarial, el espectador cinematográfico, casi sin saberlo, comenzó a ser otro. El tiempo prodigado a una película se fragmentó, la experiencia radical de estar ante un mundo desconocido en un espacio impropio dejó de determinar la experiencia cinematográfica y las reacciones de los otros en la sala dejaron de existir.
Los festivales de cine pueden o no ser también online, pero son lo que son si insisten en garantizar la experiencia de ver junto con otros desconocidos y en un tiempo que pide por el tiempo absoluto del espectador. Al hacerlo así, al proponer que una película se pueda ver en un recinto concentrado de oscuridad y luz y sin interrupciones, un festival de cine mantiene la continuidad de una tradición que aún pervive ante las tantas formas de circulación de imágenes.
FICIC 2022 contribuye entonces, sin desconocer nuestro alcance y nuestras limitaciones, a sostener una forma de experiencia que fue constitutiva del arte cinematográfico. No se trata solamente de reconocer la potencia comunitaria del cine y el encuentro misterioso con los desconocidos que asisten al mismo acontecimiento y son tocados o no por un relato o una secuencia. Se trata también de reavivar el aura de la experiencia estética que está ligada al cine. Los festivales pueden cobijar esa cualidad inconmensurable respecto de cualquier otra forma de exhibición.
Todo lo otro no deja de ser importante. Hay una selección, un trabajo curatorial en el que se combinan estéticas, tópicos, procedencias de las películas y estilos de producción, pero el corazón del festival es el hecho de que todo se puede ver y escuchar en una sala. Se puede dedicar una plegaría al Altísimo en el dormitorio de un hogar, pero rezarle con todo el fervor en un monasterio o en una discreta iglesia de una ciudad cualquiera le concede al creyente una mística y un plus espiritual. Para los creyentes del cine, la sala es más que un espacio de proyección. La sala es el recinto donde el cine se despliega como una práctica absoluta que porta la promesa de aprender algo vital sobre el mundo gracias a eso que llamamos, todavía, un plano cinematográfico.
Bienvenidos al cine, bienvenidos al FICIC.
Roger Koza, director artístico