Algo está pasando en el país hermano, algo está pasando en Bolivia. Aquello que impulsó la desobediencia y la valentía de Jorge Sanjinés décadas atrás, es decir, una poética del cine hecho en su país que contiene tantos modos de concebir lo que es Bolivia y sus culturas, es retomado por varios jóvenes cineastas en las dos últimas décadas de este siglo y en cada caso, a la desvergüenza legítima de reclamar una estética originaria, se le añade la singularidad de quien está detrás de cámara. Se podrían dar algunos nombres, pero acá basta con decir Kiro Russo. El cine de Russo ostenta ambición. Primero fueron los cortos, luego Viejo calavera y ahora El gran movimiento. La apuesta y el riesgo fueron en ascenso. A la minería como tema inicial del primer largometraje, Russo suma ahora una visión sobre una ciudad, la economía, las creencias disímiles que existen en su nación. Un cosmos se inmiscuye en los planos de su última película. Pero si esto sucede es porque Russo entiende que el cine es una forma que permite pensar y porque se ha encomendado a trabajar puntillosamente sobre su poética, en la que tienen la misma importancia el sonido y las imágenes del mundo y asimismo los signos misteriosos que se desprenden de cada plano inolvidable de su última película. Ante una película como El gran movimiento hay que rendirse frente a la evidencia. He aquí un cineasta, Kiro Russo. (Roger Koza)
