Existe una vetusta forma de referirse a la relación que se establece entre el pensamiento y los sentimientos. El pensamiento se asocia a la razón, los sentimientos, a las pasiones. Esa epistemología del sentido común presupone una división del trabajo (en el interior) del Yo, también, según sea la posición asumida, una prioridad y una preeminencia entre las pasiones y la razón. Todo esto no es más que un vocabulario aprendido que dificulta pensar en cómo alguien puede reconocer un sentimiento y hallar una palabra que lo precise y determine.
Si resulta arduo reflexionar acerca de cómo una palabra y un sentimiento se corresponden, más todavía le exige esta materia a un cineasta, que debe no solamente observar la relación entre la palabra y el sentimiento, sino que tiene también otras variables que resolver ante la potencia de la cámara, que recoge la postura y el movimiento del cuerpo, las expresiones del rostro, el juego que puede establecerse entre el espacio, los colores y un estado de ánimo.